El viejo

Ayer mientras regresaba de Veracruz por carretera me llamó la atención que a un lado del camino aledaño a una población, unos niños agitaban un bote pidiendo dinero. Gritaban, "¡Es para el viejito!"
La inminente pregunta de a qué viejito se referían fue contestada al ver unos metros más adelante un muñeco de trapo cuyo rostro era una máscara de persona mayor. Me imaginé que se trataba de algún tipo de ritual para despedir el año que agoniza, y hace un momento me di a la tarea de investigarlo. Resulta que todo viene como resultado de una protesta social de finales del Siglo XIX y que en efecto es una tradición de fin de año. Con el paso de los años la práctica se ha modificado, en algunos lugares lo queman y a veces hasta le ponen la cara de alguna persona (a veces la del presidente o gobernador), letreros o símbolos de otro tipo. Sin duda, esta costumbre representa una gran manera de hacer catarsis.
Me gusta creer en los ritos, hacer pequeñas ceremonias. La tradición generalizada es la de las uvas. También hay que saca las maletas y sale y entra de casa corriendo mientras suenan las doce campanadas. Durante muchos de mis años de adolescente y mientras estuvimos solteras, practiqué año con año el intercambio de chones rojos (nuevos, por supuesto) con mis mejores amigas. Eso terminó hace ya mucho tiempo, pues ya todas estamos más que emparejadas. Un 31 de diciembre tuve la ocurrencia de regalar 13 monedas de chocolate a mis familiares cercanos. Al año siguiente mi hermano y su esposa me dijeron que gracias a mi regalo les había ido muy bien económicamente. Nadie más me comentó algo similiar, pero que ellos lo hayan percibido de esa manera me pareceió mágico. Por eso, aunque sea sutilmente, seguiré intentando atraer fuerzas positivas. Si les parece que les fue muy mal este año, hagan una quema simbólica. Pónganle la cara que quieran, diviértanse un poco con sus infortunios y no se olviden de agradecer lo bueno que les haya dejado el 2010. Al final al viejo esta noche lo hacen ceniza y nosotros, bien que mal, aquí seguiremos. ¡Feliz año viejo!

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¡Felices fiestas!



Estaba con que si escribía un mail, que si ponía algo en Facebook. La cuestión es que no quería dejar de mandar buenos deseos y de pronto me di cuenta que el mejor medio para ello era este blog. A pesar de que la Navidad es una celebración religiosa y muchos de nosotros no lo seamos, lo bonito de todo esto es que se retoma el espíritu de bondad y recogimiento, y que se aprovechan estas fechas para ver a la gente que más queremos. Y es que además coincide con el fin de año, que aunque mucha gente se empeñe en hacerlo el recuento de los daños, representa toda una oportunidad para agradecer todo lo que se tuvo y mantuvo, para enlistar y volver a disfrutar los logros y las alegrías. Así que Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo, como suele decirse, pero sobretodo les deseo que su ser se llene de paz y alegría.

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La invasión de los papelitos


A donde voltee, ahí están. En la barra de la cocina, dentro de mi bolsa, sobre el buró, en mi coche. Siempre hay al menos uno de ellos, aunque la mayoría de las veces aparecen en pares. Pareciera que es imposible deshacerse de todos de una vez por todas. Y es que no importa cuántos tire, al rato ya tendré al menos tres más. La mayoría son tickets del súper, mi segunda hogar, pero los hay de todo tipo: notitas, listas del súper... y claro, también los hay en formato grande y de varias páginas, como estados de cuenta de teléfono, de los teléfonos celulares, del servicio de televisión de paga, del gas, del agua, de la luz, de la tarjeta de crédito, recibos de la escuela de mi hijo, copias de recibos de honorarios ... y yo no sé por qué antes con meter todo en un cajón me era suficiente y ya no. Ahora tengo varias cajas subclasificadas en fólders y ni así logro encontrar nada cuando lo necesito. Hasta los gatos tienen sus documentos (sus carnets de vacunación, pues) y es en este escenario que no dejo de desear que todo un día sea paperless. Sin embargo, el papel nos da una sensación de seguridad, distinta. No sé, quizás tenga que ver con aquello de "papelito habla" o que la intangibilidad de los archivos digitales nos pone nerviosos, pero el caso es que nos seguimos llenando de papeles. Sin temor a equivocarme puedo asegurar que los más molestos son los chiquitos, esos que se pierden todo el tiempo y que tienen o podrían tener información reelevante. Los vouchers de compras hechas con tarjeta de crédito son especialmente irritantes y en un arranque de radicalidad he optado por tirarlos a la basura en cuanto llego a casa (a menos que se trate de importes fuertes). Con este tema dándome vueltas a la cabeza encontré este artículo de cómo volverse paperless pero, ¿cómo se supone que uno encuentre tiempo de ponerse a escanear todo si hay días que ni la cama me da tiempo de tender? Podría ponerme romántica y decir que si se va a matar un árbol, que sea para algo que valga la pena. Vaya, algo como imprimir una foto, diseñar una tarjeta postal o fabricar papelería personalizada para que la correspondencia y las buena costumbre de escribir una nota en ocasiones especiales no muera. Sin embargo creo que el día en el que nos libremos de los papelitos está lejano, así que nos queda más que irnos organizando y deshaciéndonos de los que van apareciendo sobre la marcha.

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Navidad à la Dadá!



Si bien el año pasado no estaba segura si en mi casa habría un arbolito, este año el espíritu me llegó desde inicios de Noviembre y me dediqué a buscar adornos lindos y baratos para decorar toda mi casa. Creo que hice buenas compras, me surtí bien con motivos que podré combinar de distintas maneras durante varios años y, lo mejor de todo, no gasté tanto. Y es que las únicas dos series de luces y la cajita de mini esferas con las que formé en la pared una instalación en forma de arbolito el diciembre pasado, no me iban a rendir para nada.

Mi propuesta Navideña está basada un 80% en esferas, un 15% en representaciones abstractas de copos de nieve y el 5% en figuras varias, entre ellas esferas que emulan bolas disco, una tendencia muy divertida que descubrí este año. Debo aclarar que mi cámara y mis dotes de "fotógrafa" no le hacen justicia a cómo lucen en vivo mis creaciones, pero espero que con esto se puedan dar una idea de todo lo que se puede hacer con sólo esferas (y aprovechando paredes vacías, es lo bueno de todavía no tener tantos cuadros). Aquí les dejo las imágenes (y es que no podría preciarme de ser toda una señora si no les presumo mi arbolito).







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¿Adicta al internet?


Ando de desprendida, sí. Es sólo que quiero corroborar que puedo vivir sin muchas cosas que antes consideré musts. Llámenme hippie, o budista de pacotilla, el caso es que estoy experimentando. Si la Great American Apparel Diet no fuera suficiente para ponerme a prueba, decidí vivir en carne propia el experimento que realizó una univeridad estadounidense. El punto era dejar de usar las redes sociales una semana para darse cuenta qué tanta dependencia tiene uno a la llamada tecnología social. Al Messenger, sin el cual no podía vivir cuando trabajaba en una oficina, ya lo tengo bastante olvidado. Mi duda era cómo me sentiría sin Facebook y Twitter, porque en algún punto me di cuenta que estaba bastante apegada a esas aplicaciones.
Todo empezó un día que leí un tweet. Decía algo así como "¿Adicto al internet? Si estás leyendo esto en un viernes por la noche, estamos hablando de ti". Y sí, era viernes por la noche. No es que me encontrara sentada frente a la computadora, pero al final estaba metida en el Twitter en lugar de estar viendo la película que habíamos puesto.
Aunque siempre me ha encantado pasar horas en el ciberespacio, desde que soy ama de casa slash profesionista independiente, siento una creciente necesidad de estar conectada con el mundo exterior. Y es que mi vida laboral es bastante solitaria y la social se reduce a marchantes, fellow housewives y familiares. Antes trabajaba en un enorme corporativo rodeada de gente de distintas profesiones, con la que intercambiaba información, recibía boletines de prensa. Ahora, si no fuera por Internet, mi mejor fuente sería el radio y los comentarios de otras amas de casa acerca de cómo ha subido el jitomate (y no que eso sea irrelevante, porque es indicativo de la inflación).
Total que lo hice. Dejé de entrar a Twitter y a Facebook de la noche del domingo 7 de noviembre a la mañana del lunes 15 del mismo mes. Ya había prescindido de dichos sitios aún por más tiempo estando de viaje, sin embargo la experiencia cambia mucho cuando se hace en una rutina normal. Las siguientes son mis impresiones:

- El Twitter no lo extrañé mas que para invitar a mis followers a leer mis posts.
- Todo lo que subieron mis contactos a Facebook durante siete días, lo vi en 10 minutos.
- Me ahorré un montón de status irrelevantes como "Tengo sueño" o "Tengo hambre" y dejé de leer opiniones que luego sólo me crean animadversión hacia gente que generalmente me cae bien.
- Noté cierta ansiedad en mi estado de ánimo general como aquella que dicen que se presenta con el síndrome de la abstintencia, pero nada preocupante.
- Retomé mi obsesión con el Blue Block, un jueguito que sirve para fomentar la inteligencia espacial.
- No tuve ninguna prisa en retomar las redes sociales. De hecho me sentía renuente a regresar, como quien ha hecho la dieta de Atkins y le da terror volver a comer una fruta.

Para que se den una idea de cuán revelador fue este reto, llegué a la conclusión que quizás no es necesario pagar un plan de datos ilimitados en mi móvil. Al final puedo revisar mi correo dos o tres veces al día, usar el Twitter una o dos veces a lo largo de la jornada y el Facebook una vez a la semana. Lo único que me hace reconsiderar dicha medida tan radical es el WhatsApp (para no tener que pagar un plan de sms) y sobretodo el Google Maps. Pero por lo pronto mis hábitos de redes sociales sí se vieron modificado y eso me encanta. Esto es mucho menos radical que mi dieta de compras, y recientemente me enteré que en hay instituciones en las que llaman a esta práctica "Siestas digitales" y sirven para evitar addicciones al internet. Interesante, ¿no?

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Los primeros 10 días


Mucha gente sugirió que seguramente me iría de compras de pánico antes de empezar. Que trataría de abastecerme con lo que considerara necesario para lograr la abstinencia de un año. La verdad es que la "trampa" no iba por ahí. Si algo he aprendido en mi carrera de compradora experta es que pretender obtener un gran guardarropa en una sola oportunidad, jamás igualará la exquisita selección que una puede llegar a tener al andar de scouting por las tiendas todo el tiempo. Así que eso ni siquiera lo intenté. Sólo fui a comprar una última prenda para usar el día de mi cumpleaños (y AHÍ es donde está el truco). Decidí empezar precisamente dos días antes de mi onomástico porque sabía que recibiría regalos y que esa sería mi provisión para tomar fuerzas. Además podré volver a estrenar en mi próximo aniversario de nacimiento. Total que me obsequiaron un vestido divino, una blusa preciosa, una pijama coquetísima, unos hermosos lentes de sol y unas espectaculares gafas. Esas son mis armas para enfrentar los doce meses que tengo por delante. Por ello aún no siento ninguna ansiedad por consumir artículos de moda, aunque tengo claro que tengo que mantenerme lejos de las tiendas. Revisar mi guardarropa es otra tarea pendiente, pero la más importante es bajar esos kilitos que no me permiten usar atuendos que ya poseo y que me encantan. Sigo reportando.

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Las reglas


1. No compraré ropa hasta el 12 de Septiembre de 2011
2. En el criterio entran también zapatos, accesorios tales como bolsas, cinturones, broches, diademas, mascadas, etc. Es decir, cualquier cosa que me pueda poner o colgar en el cuerpo.
3. Los regalos no entran en la restricción.
4. Me es permitido hacerle arreglos a las prendas que ya tengo.

¿Sugerencias para hacerlo más interesante?

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